Los libros que desaparecen de formas misteriosas debieran ocupar un capítulo en la historia de la traición. Leí esta mañana una columna de Vila-Matas en la que comenta una foto del Barthes por Barthes y en la que se ve al pensador francés como un estudiante quinceañero y bien trajeado. “En esos días, los liceístas eran señoritos”, escribió el mismo Barthes bajo esa imagen. El Barthes por Barthes es un pequeño volumen autobiográfico hasta cierto punto inclasificable, una colección de fragmentos que vacila siempre entre la primera y la tercera persona, que pone silencios con la misma voluntad con que reparte palabras, un libro que es la cronología de un pensador francés, pero puede ser perfectamente la novela de un hijo que ha perdido a su madre. No por nada el mismo Barthes escribió que “toda biografía es una novela que no se atreve a decir su nombre”. El Barthes por Barthes es también, y sobre todo, una forma original de hacer autobiografía en la que abunda un tono melancólico, cómplice y luminoso. Busco mi ejemplar en el desorden de mis libros para ver una vez más esa imagen que comenta Vila-Matas en su columna, la del Barthes liceísta. Pienso que ese álbum familiar que abre el pequeño volumen es particularmente conmovedor, no por las imágenes sino por las líneas que el mismo Barthes escribió bajo cada una de esas imágenes. Sé que mi ejemplar anda por ahí. Es una edición verde de Monte Ávila a la que se le han despegado las tapas. Conservo el libro hace mucho tiempo: fue una de las lecturas de un curso en la universidad. Me lo trajo Paula en uno de sus viajes a Buenos Aires. Reviso estanterías, levanto pilas, voy a la biblioteca que está en el living, pero no lo encuentro. Tampoco recuerdo haberlo prestado. Vuelvo a repasar las estanterías y entonces me resigno: ese libro ya no está en esta casa. Desapareció misteriosamente con todos sus subrayados, con el álbum familiar de Roland Barthes, con sus tapas al aire. ¿No es ésa una forma de traición?