El diseño de una política pública debiera estar —uno supone— siempre respaldado por un buen diagnóstico. Si ese diagnóstico se apoya en estudios recientes, cifras frescas y perspectivas nuevas, tanto mejor.

En el ámbito de los índices de lectura y comprensión lectora en Chile, contábamos con algunos datos más o menos dispersos arrojados por encuestadoras locales y organismos internacionales, pero hasta la fecha ninguna institución del Estado se había empeñado en un estudio como el que conocimos la semana pasada.

Más allá de los resultados —un material exquisito para quienes tienen vocación por rasgar vestiduras—, el Estudio sobre Comportamiento Lector que el CNCA encargó al Centro de Microdatos de la Universidad Chile, salda una deuda con la estadística en esta materia y se convierte en diagnóstico y punto de partida. Lo realmente importante ahora es evaluar de qué modo estas cifras servirán de insumo para las políticas públicas orientadas a mejorar las habilidades lectoras de los chilenos y cómo, en sentido inverso, esas políticas impactarán de vuelta en las cifras. Hasta ahora, el Gobierno coordina esas iniciativas bajo el alero del Programa Lee Chile Lee.

El estudio, que se replicará cada dos años, tiene varias virtudes, como la de medir la actividad lectora en diversos medios y soportes. Me interesa ahora destacar, sin embargo, el vínculo que establece entre la actividad lectora y el desarrollo de capital humano, un vínculo positivo que no ha sido bien discutido —mucho menos en jerga económica— y que sólo ha estado presente en los discursos políticamente correctos con los que se suelen abordar y adornar estas materias. Lo cierto es que, como este estudio lo demuestra, la capacidad lectora está correlacionada positivamente con los salarios, lo que se traduce en un círculo virtuoso de beneficios económicos, tanto individuales como colectivos.

Dice Esteban Puentes, uno de los investigadores responsables del estudio:

La conclusión más importante del estudio es que pasar del nivel 3 al 4 en la escala de desempeño del comportamiento lector, aumentaría el ingreso por hora en un 7,6%, indicando que la capacidad lectora puede afectar el crecimiento económico a través de aumentos en productividad en el mercado del trabajo.

En este punto, no debiéramos pasar por alto que la desigualdad en el acceso al capital humano está en la base de las demandas sociales de las que hemos sido testigos durante el último año. El movimiento estudiantil ha demostrado que tanto o más importante que las desigualdades en los ingresos son las diferencias en el reparto del capital cultural. En la medida en que hay una demanda común, creo que el debate sobre políticas de promoción de la lectura debiera orientarse en el mismo sentido en que se orienta el debate sobre el acceso a una educación pública gratuita y de calidad.

De paso, queda dicho que la próxima implementación del Estudio sobre Comportamiento Lector será antes de dos años, cuando la campaña presidencial esté viviendo los descuentos. Aunque es un despropósito esperar cambios sustantivos a esa fecha, es medianamente sensato, si las iniciativas se implementan correctamente, aspirar a leer un ligero avance en las cifras. Nunca un retroceso.