Material Ligero

Sobre Monasterio, de Eduardo Halfon

Nacido en Guatemala, educado en Estados Unidos y nieto de emigrantes judíos y libaneses, Eduardo Halfon es autor de un puñado de novelas, todas cortas o muy cortas, en las que suele echar mano a esa densidad cultural que sugiere su propia biografía. El juego de espejos entre realidad y ficción que atraviesa toda su obra tiene en Monasterio un resplandor especial: aquí el protagonista se llama Eduardo Halfon, un joven guatemalteco de familia judía que viaja a Tel Aviv al matrimonio de su hermana. Pero la novela no es precisamente el despliegue de una trama, ni la secuencia de capítulos supone el progresivo avance hacia un final. La composición es más bien un tupido mosaico en el que se superponen varios tiempos e historias, una apretada estructura que apunta a un solo objetivo: retratar los conflictos de la identidad. La novela ocupa toda su tinta en el asunto y le cierra el paso a cualquier otra lectura. Eduardo Halfon, el escritor, comparte de este modo un rasgo que caracteriza a toda una generación de narradores en América Latina: parecen más preocupados por el modo en que se leen sus libros que por contar historias. Con todo, en esta prosa no hay torpezas ni florituras estilísticas: tiene el golpeteo sonoro de un ritmo y la sencillez de las formas que se han desprendido de todo exceso. Y eso no es poco.

[Publicado en Dossier 42]

Escribir es ahora

«¿Cómo voy a escribir con mi hijo colgando de mis pelotas?», se queja Lucas Pereyra, el protagonista de La uruguaya. Al otro lado de la mesa lo escucha su amigo Enzo, un escritor mayor. Es apenas una línea de diálogo, pero podría ser perfectamente la bisagra de la novela, el punto donde convergen todos los caminos y todos los temas se cruzan. La cuestión es ésta: cuando tienes una familia y unas cuentas que pagar, la literatura puede ser al mismo tiempo un lujo y una forma de suicidio. Seguir leyendo

Todo es cancha

Y llega el día en que tu hija es capaz de ganarte en el juego. No me refiero a un juego de video, sino a perder la batalla sobre un tablero conocido, en el que tienes práctica. Imagino que es un momento en el que la relación entre padres e hijos traspasa un umbral sin retorno: dejas de ser invencible y te conviertes en un héroe vulnerable. Seguir leyendo

Cosas que Teillier explicaba con números

Me gustan las listas. Yo mismo tengo varias en progreso desparramadas sin ningún orden en un archivo de texto. Hace un rato las miraba a ver cómo han crecido, como quien mira las plantas de su jardín, y me encontré con un listado curioso que había olvidado: “Cosas que Teillier explicaba con números”. Es un puñado de citas que apunté cuando releí Conversaciones con Jorge Teillier, el libro de Carlos Olivárez. Seguir leyendo

Levantar la cabeza

Tiene toda la razón Gonçalo Tavares cuando dice que la lectura no sólo consiste en leer un texto, sino sobre todo en levantar la cabeza. Hay en esto una paradoja: el mismo texto que captura nuestra atención nos obliga a detenernos, a poner una pausa. Tavares se refiere a ese momento en que lo esencial queda envuelto en una frase, en un fragmento que tiene la virtud de iluminar nuestra experiencia y conmovernos. Y conmovidos, levantamos la mirada. Seguir leyendo

Hablar con los muertos

Es curioso cómo te hablan los muertos. El miércoles pasado desperté pensando en mi abuela. Me costó un momento entender lo que estaba pasando: había tenido un sueño con ella e intentaba retenerlo, pero terminó por deshacerse en esa memoria frágil que tienen las cosas soñadas. Perdí la trama, pero guardé una imagen: mi abuela menuda, con el pelo amarrado en un tomate, de pie en el patio de nuestra casa. Unas horas después, a media mañana, supe que había olvidado el aniversario de su muerte, el día anterior. Seguir leyendo

Trece

Mi hija mayor cumple trece. Abro el álbum de fotos y me doy cuenta de que son pocas las que tengo de ella comparadas con las que guardo de su hermana. La razón es ésta: en los últimos años, en la medida en que la hemos visto definir su carácter, se ha puesto reacia a pararse delante de la cámara, y sólo cede cuando hay una circunstancia familiar que no puede esquivar. Cuando viene a mi casa, yo tengo la costumbre de fotografiarla de repente sin que lo advierta. Seguir leyendo

Frantumaglia

Cuando le preguntaron a Elena Ferrante, en una de las escasas entrevistas que ha concedido, a partir de qué materiales construye sus historias, dijo que su punto de partida es algo que su madre llamaba frantumaglia: ese puñado de cosas de origen diverso que se agita con persistente desasosiego en nuestra cabeza: palabras, lugares, imágenes, fragmentos de memoria que flotan dispersos, y que pueden sobrevivir ahí, repiqueteando de vez en cuando, durante años. Seguir leyendo

La cajita de los secretos

Luis López-Aliaga dice que los secretos familiares son como una cajita que alguien ha puesto en algún rincón de la casa. Una cajita cerrada y discreta, por supuesto. Todos saben dónde está, se topan cotidianamente con ella, pero nadie se atrevería a abrirla. Para evitarlo y para disimular su presencia, “le ponen incluso un mantelito a crochet encima”. Seguir leyendo

Compensaciones

Juguemos al payasito, me dice. El juego no tiene nada que ver con payasos. A ella le gustan los juegos físicos y en algún momento de nuestra vida se ha inventado éste y le ha puesto ese nombre, vaya uno a saber por qué. El juego consiste en encaramarse encima mío. Me escala como si yo fuese un árbol. Seguir leyendo

Modiano a orillas del Mapocho

Es insoportable que un escritor detenga a sus personajes en cada semáforo sólo para mencionar la calle que están a punto de cruzar. Exagero, obviamente. Pero es más o menos lo que pasa, una y otra vez, en esta novela de Modiano que, por fortuna, ya voy terminando (abandoné otra suya hace unos meses y la culpa me obligó a darle a ésta la oportunidad de contar la historia completa). Seguir leyendo

Novela de fantasmas

Viajo en bus a Concepción. Ocupo un asiento al lado del pasillo. Leo una novela de fantasmas. No es una novela de fantasía, sino de fantasmas. A mi derecha, ligeramente en diagonal, van dos amigas que conversan en voz baja. Parecen compañeras de universidad. Delante mío veo la cabezas canosas de una pareja de ancianos: ella en la ventana y él en el pasillo. La protagonista de la novela que voy leyendo es una mujer joven que está obsesionada con un escritor de otro siglo. Seguir leyendo

Una traición

Los libros que desaparecen de formas misteriosas debieran ocupar un capítulo en la historia de la traición. Leí esta mañana una columna de Vila-Matas en la que comenta una foto del Barthes por Barthes y en la que se ve al pensador francés como un estudiante quinceañero y bien trajeado. “En esos días, los liceístas eran señoritos”, escribió el mismo Barthes bajo esa imagen. Seguir leyendo

Este Enrique y ese Felisberto

Me senté en mi sillón favorito, junto a la ventana, y me puse a leer un libro de columnas y ensayos dispersos de Vila-Matas, un libro que fue publicado en el año cero de este siglo y que figura equidistante entre el Vila-Matas de Historia abreviada de la literatura portátil y el Vila-Matas de la cabeza mitad calva mitad cana de hoy, y mientras leía las primeras páginas Seguir leyendo

Ganas de lluvia

Son días fríos en Santiago. Leo en el diario una nota en que un grupo de estudiantes talquinos y valdivianos, curtidos por la lluvia y las heladas, reparten consejos a sus pares santiaguinos para capear el invierno. Lo primero, dicen, son los bototos. Un buen par de bototos para no andar a saltitos por la calle. Luego hay que forrarse entero, aunque tengas que cargar con varias capas de ropa y una pinta de michelín. Y nada de paraguas: son incómodos, quedan siempre goteando por ahí o se pierden. Seguir leyendo

Ese lugar donde nunca sale el sol

El fin de semana vi El Club y salí del cine con la sensación de haber visto algo especialmente abyecto. Estamos tan acostumbrados a ver la violencia convertida en un espectáculo vacío que resulta perturbador cuando su representación es mucho más que eso, cuando es —como en esta película de Pablo Larraín— una tensión subterránea y permanente que opera escondida bajo una normalidad impostada. Seguir leyendo

Teillier y esas cosas del fútbol

El domingo miraba el noticiero y almorzaba cuando de pronto sucedió algo inesperado: en un despacho en directo desde el Estadio Germán Becker de Temuco, en las horas previas al partido entre Colombia y Perú, el periodista deportivo Juan Cristóbal Guarello comenzó a leer un poema de Jorge Teillier. Dijo primero que iba a hacer algo tan antitelevisivo que temía que lo colgaran cuando regresara a Santiago. Seguir leyendo

Una moral que vale un Ferrari

Hueón borracho. Que lo castiguen. Que lo marginen. Que lo cuelguen. Eso le pasa por andar tirando pinta con su Ferrari. Ahora vamos a perder la Copa. Imbécil. Qué vergüenza. Qué irresponsabilidad. Dónde queda la imagen de este país. Qué mierda tiene en la cabeza. La juventud, la fama, la plata, el carrete. Esto no pasaba con Bielsa. Que lo enderecen. Que le hablen fuerte. Que le hablen golpeado. Que lo golpeen. Que lo manden a un isla. Seguir leyendo

Ordenar las lecturas

Todo buen lector ha experimentado alguna vez la angustia de decidir su próxima lectura. Conozco algunos casos en que esa angustia se manifiesta de un modo tormentoso y se agita con cada nuevo libro: son lectores que prueban la mercancía con sospecha, alargan la degustación de las primeras páginas, se toman su tiempo y sólo se relajan y se entregan cuando están totalmente seguros de que ése es el libro que quieren leer. Seguir leyendo

Conversaciones con Jorge Teillier: Una relectura

Releo Conversaciones con Jorge Teillier, esos cinco diálogos reposados y entrañables que Carlos Olivárez grabó con el poeta en febrero de 1992. Mi ejemplar, que ya tiene los cantos amarillos y que guardo como hueso santo, tiene las marcas en tinta negra de mi primera lectura. Veo algunas frases subrayadas y también palabras sueltas en los márgenes. Leo, por ejemplo, “Poetas jóvenes”, “1973”, “Sobre la lluvia”. Ha pasado harto tiempo: quince o dieciséis años. Ahora, mientras lo vuelvo a leer y hago nuevas marcas en los bordes y subrayo frases que la primera vez dejé pasar, me topo con las viejas anotaciones y voy intuyendo el lector que fui. Releer un libro es siempre una forma de autobiografía. Seguir leyendo

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